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El aire en Londres estaba más fresco de lo habitual esa mañana, una suave brisa anunciaba la inminente llegada de la primavera. Sin embargo, para Simon Basset, el Duque de Hastings, esa mañana tenía un significado mucho más profundo. Hoy sería el día en que cambiaría su vida, el día en que haría lo que había evitado durante tanto tiempo: pedirle matrimonio a la única mujer que había logrado atravesar todas sus barreras.
Penélope Featherington .
Había pasado meses planeando este momento, repasando una y otra vez cómo lo haría, pero no de la manera tradicional. Sabía que Penélope merecía algo más, algo que mostrara no solo el amor que él sentía por ella, sino también el respeto por todo lo que habían compartido antes de que la sociedad lo supiera.
Desde el momento en que se conocieron, durante aquellos encuentros casuales en los eventos de la alta sociedad, hasta las largas conversaciones en los jardines o las miradas compartidas durante los paseos, Simon sabía que Penélope era diferente. Era la única persona que lo veía a él, no como el duque ni como el hombre que debía cumplir con las expectativas de los demás, sino como Simon, con todas sus imperfecciones y sombras. Ella había sido su amiga mucho antes de ser su amada, y eso era lo que hacía este momento tan especial.
El Recuerdo de lp Compartido
Simon recordaba la primera vez que se había sentido verdaderamente atraído por Penélope. No fue en un baile, ni en una conversación oficial. Fue una tarde en la biblioteca de la residencia de Lady Danbury, cuando él había intentado escapar de las atenciones de las madres casamenteras. Entró, esperando encontrar un refugio en el silencio de los libros, y allí estaba ella, absorta en la lectura, con una expresión tranquila y una sonrisa suave en los labios.
—¿Disfrutando del silencio, señorita Featherington? —le había dicho con una sonrisa de complicidad.
Penélope, sorprendida, había dejado el libro a un lado, pero no se mostró tímida ni nerviosa como esperaba. En lugar de eso, le devolvió la sonrisa.
—Al parecer, ambos hemos encontrado el mismo refugio, Su Gracia —respondió, con un brillo en los ojos que lo intrigó desde el primer instante.
Desde ese día, las conversaciones entre ellos fluyeron con naturalidad, y lo que empezó como una amistad despreocupada se transformó, sin que Simon lo anticipara, en algo mucho más profundo. Las siguientes cartas que intercambiaron durante los meses, cargadas de confidencias y verdades que no compartían con nadie más, se convirtieron en un hilo invisible que los unía.
Cada paseo, cada mirada cómplice y cada sonrisa furtiva entre ellos fueron cimentando un vínculo que la sociedad aún no conocía. Simon recordaba aquellos momentos a la perfección, y sabía que Penélope también los atesoraba. Habían compartido mucho antes de que los demás se dieran cuenta, y ahora, quería hacer oficial lo que ya sabían en su corazón.
El momento decisivo
Simon decidió que la propuesta no sería una cuestión de privacidad, sino un acto de valentía, frente a aquellos que los habían observado, murmurado y especulado durante meses. Quería que Penélope supiera, delante de toda la sociedad, que estaba dispuesta a gritar al mundo su amor por ella. Después de todo lo que ella había soportado, después de haber sido subestimada por tantos, merecía un gesto que mostrara que su amor no era algo que se ocultaría en las sombras.
La ocasión perfecta llegó durante una gran recepción organizada por la familia Bridgerton. El salón de baile de Aubrey Hall estaba lleno de las figuras más destacadas de la alta sociedad. Las risas y conversaciones llenaban el aire mientras los candelabros iluminaban el salón con una cálida luz dorada. Penélope estaba allí, radiante, luciendo un vestido verde suave que hacía resaltar sus ojos dorados, y Simón no podía apartar la vista de ella.
Mientras el evento avanzaba, los ojos de la sociedad los seguían como siempre. Las miradas curiosas y los susurros en las esquinas eran inevitables, pero Simon ya no sentía la presión. Sabía lo que debía hacer.
Simón respiró hondo mientras observaba a Penélope conversar animadamente con Eloise y Lady Danbury, su risa suave llenando el espacio. Sabía que el momento había llegado.
Con paso firme, cruzó el salón. Cada movimiento suyo llamó la atención de todos los presentes. Era imposible no notar al duque, siempre imponente y resuelto, dirigirse hacia el centro del salón con una decisión clara en los ojos. Las conversaciones se detuvieron, y una calma curiosa comenzó a extenderse por la habitación. Penélope, ajena al revuelo, seguía hablando con Lady Danbury, hasta que Simón llegó justo frente a ella.
—Penélope —dijo Simón, con una voz que resonaba en el silencio que se había formado a su alrededor.
Penélope levantó la vista, sorprendida por el tono solemne de Simón. No podía evitar notar que todos en la habitación los estaban observando ahora, pero cuando sus ojos se encontraron con los de Simón, todos los demás desaparecieron. Su expresión era de pura determinación y, detrás de eso, un profundo amor.
—Su Gracia —dijo ella, intentando mantener la calma, pero había una emoción palpitante en su voz.
Simon se inclinó ante ella, tomando suavemente su mano. Con una sonrisa suave, pero segura, y ante los ojos de toda la sociedad, Simon se arrodillo.
Los murmullos se transformaron en suspiros de sorpresa y admiración. El Duque de Hastings, uno de los hombres más codiciados de Londres, estaba arrodillado frente a Penélope Featherington, la joven que muchos habían ignorado durante años.
—Penélope Featherington —comenzó Simón, su voz firme pero llena de emoción—, desde el primer momento en que te conocí, supe que eras diferente. No solo porque me aceptas tal como soy, sino porque me has mostrado un amor que va más allá de lo que jamás creí posible. Me has hecho ver que no necesito ser perfecto para merecer la felicidad.
Penélope, con lágrimas acumulándose en sus ojos, apenas podía respirar. La audiencia a su alrededor se había desvanecido; solo existía Simón y las palabras que le dedicaba.
—Hemos compartido mucho antes de que esto fuera oficial, y cada momento a tu lado ha sido un regalo que no sabía que necesitaba. Penélope, me has enseñado lo que es el verdadero amor, y por eso, quiero pasar el resto de mi vida mostrándote lo que significas para mí —dijo Simón, apretando ligeramente su mano, mirando profundamente en sus ojos.
Con el corazón latiéndole con fuerza, sacó de su bolsillo una pequeña caja de terciopelo oscuro y la abrió, revelando un anillo sencillo pero hermoso, adornado con un diamante que brillaba bajo la luz de los candelabros.
—Penélope, ¿me harías el honor de ser mi esposa?
El salón entero contuvo el aliento. Todos los presentes esperaban ansiosos la respuesta, pero para Penélope, no había duda alguna. Simón la había hecho sentir vista, amada, valorada, como nadie lo había hecho antes. Y en ese momento, todo el dolor del pasado, todas las inseguridades, desaparecieron.
—Sí, Simón —susurró ella, con una sonrisa radiante y lágrimas de felicidad corriendo por su rostro—. Sí, quiero ser tu esposa.
Simón se levantó, con una sonrisa que reflejaba el amor absoluto que sentía por ella, y deslizó el anillo en su dedo. Los aplausos comenzaron lentamente, pero pronto se convirtieron en un estallido ensordecedor de alegría. Lady Danbury, con una sonrisa de satisfacción en su rostro, apareciendo orgullosa desde su rincón, y hasta la Reina Charlotte, quien había escuchado sobre el evento, habría aprobado la elección de Simón.
Con el salón entero aplaudiendo a su alrededor, Simón tomó a Penélope entre sus brazos y la besó suavemente en el frente, susurrando:
—Ahora, nada ni nadie podrá separarnos.
Y en ese momento, delante de toda la sociedad que alguna vez los había juzgado, Simón y Penélope se convirtieron en la pareja que nadie pudo haber imaginado, pero que todos reconocían como perfecta.